Los perros salvajes. Un camino hacia la transformación

 

Muchas personas acuden a terapia porque desean cambiar. Ser como son les crea problemas en su día a día y quieren cambiar. Yo también quería cambiar cuando empecé a hacer terapia.

Sin embargo, “cambiar” puede entrañar cierta violencia en el sentido de que hay aspectos de nosotros que no podemos simplemente llegar sin más y cambiar. Hay aspectos de nosotros que, por las razones que fueran, han ido quedando pequeños e inmaduros. O aspectos que al no cuadrar con nuestra autoimagen los reprimimos o los negamos, sepultándolos en el fondo de nuestra inconsciencia. Son aspectos y sentimientos que, antes que nada, para poder cambiar, necesitan ser amados. Esto es, aspectos que demandan ser mirados y escuchados en su imperfección, en su dolor, en su perversión, en su pequeñez… Aspectos, que antes que nada, nos requieren ser aceptados tal y como son. Entonces, esta mirada y escucha incondicional afloja la tensión i los empieza a transformar. Cuando los ignoramos, pretendiendo pasar por encima de ellos, incluso instrumentalizando intervenciones y técnicas terapéuticas, esperando que simplemente desaparezcan para sentirnos mejores personas o alcanzar nuestro ideal de persona; entonces, estos aspectos se ponen tercos. Se comportan como perros salvajes y nos persiguen sin descanso; se empeñan en hacernos la vida más complicada aún, si cabe. Cuando menos nos lo esperamos, reaparecen con toda su gloria, haciendo añicos el muro que con tanto esfuerzo les habíamos levantado para escapar de ellos.

La madurez y el bien estar no se alcanzan mirando solo hacia nuestras virtudes sino mirando, sobretodo, nuestros perros, lo que consideramos nuestras miserias. Cuando somos capaces de aceptarnos tal y como somos, de legitimar nuestras diferentes maneras de ser, de estar o de pensar, experimentamos un gran alivio interno. Este alivio, fruto de la aceptación, es previo al cambio. Más que un cambio me parece, entonces, una transformación. Yo creo que vamos madurando de forma gradual, a base de ir asintiendo a ser quienes realmente somos. De ir incluyendo, en la imagen interna que tenemos de nosotros mismos, la diversidad de formas de actuar, de pensar i de sentir que tenemos, completando esta imagen. Esto sucede cuando nos ponemos en disposición de amar nuestros diferentes yoes. Así, empezamos a hacer sitio para acoger, también, incluso lo que nos disgusta o nos asusta de nosotros mismos y a reconocerlo como parte de lo que somos. Algo se mueve dentro de nosotros, sin violencia, al asentir a lo propio. Algo se afloja dado que ya no es necesario luchar, reprimir ni disimular nada. No es necesario mantener la tensión para seguir mostrando una imagen ilusoria de nosotros. En este capitular a ser quienes somos, facilitamos que lo verdadero se desarrolle por encima de lo falso. Así, de forma gradual, nos vamos haciendo más reales, más de verdad.

Todo camino de trasformación parte de un asentimiento total a nuestra manera de ser. Tal y como somos, ya somos válidos. No hay fallo en ser cómo somos. Ya somos queribles. Para lograr un mayor bienestar, en lugar de alienarnos, sería bueno dialogar con esas partes de nosotros que nos causan disgusto o conflicto, que nos desmontan los sueños y nos llevan a la frustración por las oportunidades perdidas, que nos hunden en la depresión, que nos llenan de ira o nos enferman. Interesarnos por estos aspectos de nosotros mismos, relacionarnos y dialogar con ellos para explorarlos, comprenderlos y conocer sus razones de ser desde la curiosidad y la aceptación, amigarnos con ellos más que controlarlos o reprimirlos, es lo que verdaderamente nos va transformando. No nos convertimos en personas diferentes, sino que, poco a poco, nos vamos haciendo más de verdad, más auténticos.

Como todo en la naturaleza, este proceso de transformación demanda tiempo y coraje para mirarnos hacia dentro y asentir a nuestras partes temidas. Como los héroes de los cuentos, que antes no hallan el lugar donde se oculta el tesoro, pasan por un montón de aventuras y pruebas, habremos de cavar hondo y ensuciarnos de tierra las manos si queremos encontrar el cofre enterrado. Rescatar nuestro auténtico “yo” –el único tesoro- pasa por liberar estas partes de su cautiverio. Liberar los perros salvajes significa mirarlos a los ojos y reconocer nuestras heridas, nuestro dolor y nuestros deseos reprimidos.

El único camino, pues, es mirar: mirar y acoger. Mirar la rabia, la envidia, las injusticias, las decepciones, las fracturas, las pérdidas, los ideales, la ansiedad, los miedos, y hacerles sitio. Y mirar, también el éxito, el placer, la satisfacción, la abundancia… (Demasiado buenos, a veces, para acogerlos en nuestra vida; o, por el contrario, demasiado embriagadores), y hacerles también sitio. Cuando nos alienamos de estas vivencias, mirando hacia otro lado, controlándolas para tratar de evitar sus indeseables efectos, éstas hacen como los perros salvajes en cautiverio: ladran sin parar y merodean por nuestro día a día, al acecho de un momento de descuido para salirnos al paso de manera inesperada. Tal vez, sintamos que son capaces de devorarnos porque solo conseguimos verles los colmillos amenazadores.

Pero si aprendemos el lenguaje de nuestros perros y nos acercamos a ellos para conocerlos y escucharles, lejos de atacarnos, se pondrán colaboradores. Descubriremos que ladran sin parar porque desean desesperadamente ser vistos y escuchados, ser reconocidos y tener su lugar entre nuestra secreta prole interna, que también es la suya, porque ellos son, también, parte de la “familia”. Son lo despreciado, lo rechazado o lo temido, de nosotros mismos. Mostrarles nuestros amor – o mejor dicho, mostrarnos nuestro amor a nosotros mismos, nuestra aceptación y aprecio incondicionales hace que, inmediatamente, estas partes temidas y negadas cooperen, como perros fieles, guiando nuestra atención hacia el tesoro que llevamos escondido. Esta integración es profundamente transformadora, y es la nos permite desarrollar nuevas posibilidades de vida.

La vida es más gozosa cuando disfrutamos de todos nuestros bienes y los podemos compartir. Entonces, nuestro tesoro no para de crecer.

 

Montse Voltes

Vic, a 21 de febrero de 2014

 

 

Bibliografía

Campbell, J. (2001) Las mil caras del héroe. México D.F. Fondo de Cultura Económica

Grimm, W. y Grimm, J. (2011) Cuentos de los Hermanos Grimm, Las tres lenguas. Versión Kindle. Medí

Grün, A. (2007) Transformación. Estella, Navarra. Verbo Divino

De Caso, P. (2003) Gestalt, terapia de autenticidad. Barcelona. Kairós